31.12.09

Del interior del país a la Capital Federal solo para estudiar

por Daniel Vico

Cuando llegó a la Ciudad de Buenos Aires se sentía perdido, como todo estudiante del interior, no conocía nada, no conocía a nadie. Lo único que sabía era que quería estudiar Medicina en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y eso le sobraba para intentar adaptarse a una nueva vida.

Los estudiantes que vienen del interior del país para estudiar en las universidades del Gran Buenos Aires y la Capital Federal, son cada vez menos. Por ejemplo, en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), tras décadas de ser mayoría, los estudiantes del interior representan actualmente el 40% de los 90 mil alumnos de la Institución, y su presencia es cada vez más acotada. “No se trata sólo de una cuestión económica. Lo que ocurre es que además creció la oferta académica en el interior: hoy existe una mayor cantidad de universidades que han venido aumentando sus carreras de grado. Y eso influye sobre nuestra matrícula”, explica Fernando Tauber, secretario general de la UNLP.

En 1826 Justo José de Urquiza, en su función de gobernador de Entre Ríos, otorgó el rango de ciudad a Concepción del Uruguay. La misma ciudad en la cual, el propio Urquiza, creó el Colegio del Uruguay, primero en el país de carácter laico. La misma ciudad en la cual, en 1851, a los pies de la pirámide central de la Plaza General Francisco Ramírez, ocurrió el llamado pronunciamiento de Urquiza contra Juan Manuel de Rosas, acto que derivaría en la batalla de Caseros, en la cual Urquiza resultó vencedor, abriéndose así el camino para la sanción de la Constitución Nacional al siguiente año. Concepción del Uruguay, la misma ciudad que fue capital de su provincia, Entre Ríos, hasta 1883, cuando la capital se traslada definitivamente a Paraná. Concepción del Uruguay, la misma ciudad en la cual Mauricio Tournour se crió, creció y decidió ser médico, como cualquier estudiante del interior que elige estudiar en la Ciudad de Buenos Aires.

Después de terminar la escuela secundaria, en el Instituto República de Italia, de Concepción del Uruguay, Mauricio viajó a Buenos Aires en marzo de 2004, para comenzar el Ciclo Básico Común (CBC) en la UBA. Un año más tarde comenzó Medicina. Al principio se instaló en una vieja pensión de Belgrano y cada vez que tenía un fin de semana libre, viajaba a Entre Ríos para visitar a su familia.

“Me emocioné cuando me dijo que quería estudiar medicina en la UBA”, afirma Beatriz sobre su hijo, con la voz quebrada. Beatriz, no tiene más de 42 años, es de aspecto frágil pero de carácter decidido. “Siempre que viene a Concepción a visitarnos le cocino su comida preferida, pollo al champignon con papas fritas”, comenta entusiasmada por la próxima visita de Mauricio. Su padre, Mario, dueño de una pequeña empresa de lonas, asegura: “Mauri, es el ejemplo de nuestra familia. Todos sus hermanos quieren ir a estudiar a Buenos Aires cuando terminen el colegio”. El futuro médico tiene tres hermanos: Hernán, de 17, y los mellizos, Jonathan y Federico, de 10 años. Casualidad o no, todos estudian en el mismo colegio al que fue Mauri, casualidad o no, Hernán quiere estudiar medicina en la UBA. “Me queda este año y después empiezo Medicina como Mauri. Me contagió”, dice entre risas.

El departamento tiene un solo dormitorio, un baño, una sala de estar con un televisor y una Play Station 2, una pequeña cocina con un horno, un microonda y una heladera tan grande que achica aún más el espacio. El departamento que alquila Mauri, desde el segundo año de su carrera, está en Pueyrredón y Paraguay, en pleno Barrio Norte. Su desprolijo aspecto revela la juventud de quien lo habita: ropa por el piso, vasos y platos sin lavar en la pileta de la cocina, botellas de gaseosa y cerveza vacías en la sala de estar… desorden, tal es el desorden que si Beatriz lo hubiera visto cuando estuvo por acá el mes anterior, se lo hubiera arreglado a su hijo. “Recién salgo de la facultad. Esta tarde me pongo las pilas y ordeno todo”, afirma Mauricio sentado en uno de los tres sillones de la sala de estar.

A sus 23 años, Mauri luce casi como un típico estudiante porteño, el pelo más largo de lo común, un pulóver de Legacy, y un pantalón de vestir. “Mis viejos me alquilaron este departamento para estar más cerca del Hospital de Clínicas, ahora que estoy en quinto año de la carrera me viene muy bien. Estoy casi todo el tiempo haciendo prácticas allá”, asegura Mauricio, quien ya no es el tímido chico que vino desde Entre Ríos. “Me adapté rápido a Capital, me llevo muy bien con el subte, el colectivo, con todo”. Al futuro médico se lo ve con confianza sobre su futuro académico, ¿y profesional?: “Una vez que termine este año, si sigo así, aprobando todas las materias de cada año, voy a dedicarme bien a la especialización en algo puntual. Todavía no se bien en qué, pero el año que viene seguro me voy a dar cuenta”.

Se saca el pulóver, tiene una remera de Kevingston. Se desata los cordones de sus zapatillas y se los vuelve a atar. Luego, entre sorprendido y enojado, comenta: “No puedo creer el tema de los medicamentos falsos. Eso de la mafia de los medicamentos. Es increíble.”, refiriéndose a la comercialización de medicamentos adulterados, especialmente para pacientes oncológicos, diabéticos y con HIV. Mauri se para, camina por la sala de estar, y mientras lleva las botellas vacías a la cocina dice: “Mejor ordeno un poco, porque a la noche vienen amigos de la facu a cenar”.

El delivery llegó rápido para ser viernes, y casi ni hablaron mientras devoraban las dos pizzas. Santiago, 22 años, camisa a cuadros, explica: “A Mauri lo conozco desde el CBC, es un fenómeno. Me banca en todas…”. Pedro lo interrumpe: “Nos banca en todas. Nos banca en todas”. Pedro, también de 22 años, se sumó al grupo en tercer año, de casualidad, para hacer un trabajo práctico, y desde ese entonces los tres jóvenes “se bancan en todas”. Santiago y Pedro, porteños ambos, coinciden en que Mauri sigue siendo el mismo tipo que llegó desde Concepción del Uruguay a estudiar en la Capital: “Él sigue igual, siempre llama a la familia para ver como esta, nos llama a nosotros, a los otros pibes. Se preocupa por todos”, asegura Pedro. “Esperemos que siga siendo así”, agrega Santiago.

Tiran las cajas vacías de las pizzas, y después Santiago prende la Play. “El juego ya esta puesto Santi”, grita Mauri desde la cocina. Es el Winning Eleven, característico juego de fútbol de esta consola. Cuando comienzan a jugar Pedro y Santiago, Mauri llega y se suma. Pedro pregunta: “¿Salimos hoy?”. Santiago responde con contundencia: “Dale, pero antes juguemos dos o tres partiditos”. Mauricio, se rasca la cabeza, mira el celular y dice: “Como quieran, pero antes de salir quiero llamar a Concepción para ver qué cuenta la flia y de paso les aviso que llego allá mañana a la noche”. El partido de fútbol virtual ya empezó, Pedro y Santiago juegan y se olvidan de todo. Mauri sigue mirando el celular.